I. La búsqueda de Haon-Dor
Aunque fragmentarias y dudosas siguen siendo las tradiciones que sobreviven al respecto, considero mi deber consignarlas en estas páginas para la formación de las generaciones futuras.
Este hechicero residió en ciertos reinos boreales que florecieron en la juventud más extrema del mundo, antes de que los primeros hombres surgieran de la oscura bestialidad. Algunos lo consideran contemporáneo de los repugnantes y, afortunadamente, ya extintos hombres serpiente que gobernaron desde su continente primordial antes del descenso de Aphoom-Zhah desde la lejana y glacial Yaksh; otros lo sitúan en aquella oscura época en la que los peludos Voormis disputaban con los caníbales Gnophkehs por el dominio.
Cualquiera que fuese su era, la aspiración de Haon-Dor era trascender el magisterio de todos los demás hechiceros mediante la adquisición de los secretos supremos que se rumoreaba yacían ocultos en las profundidades de Y'qaa, ese abismo subterráneo de fabulosa antigüedad sobre el cual ni los hombres serpiente ni los Voormis prehumanos registraron nada que fuese racional.
Compendios antiguos de mitos relatan de la gris Y'qaa que es multidimensional, contigua a muchos mundos y planos de existencia: un abismo cuyas fisuras se abren a reinos distantes, no solo de este planeta, sino de muchos más. Uno de estos tiene su término en Yarnak, de tres lunas, donde durante eones habitó la blasfemia Mnomquah, el Devorador de Almas, antes de ser expulsado de su odioso trono por el Llameante. Y se sabe que Yarnak circunda una estrella que reina más allá de Betelgeuse y de los soles gigantes: y, sin embargo, ese emplazamiento lejano y fabuloso parece sorpredentemente corresponderse con el de la ambiguamente situada Y'qaa.
Del abismo en sí y del camino hacia allí, poco sabía el hechicero, pero los vagos rumores que se esbozaban en los grimorios de su raza estaban desde hacía tiempo en su posesión. Al parecer, había una cierta grieta que se abría en los negros flancos basálticos de Voormithadreth, la más infame y evitada de las Montañas Eiglopheas del centro de Hiperbórea, y hacia allí dirigió su camino Haon-Dor.
Durante un tiempo interminable, el hechicero descendió a través de los niveles puramente mundanos de esas catacumbas que las fuerzas volcánicas habían excavado dentro de la montaña. Siempre estaba atento y vigilante ante los esperados ataques del formidable catoblepas que mora en esas cavernas, y en previsión de dicho ataque iba armado con una varita de letal madera de Upas, cuya punta portaba el ojo de una Gorgona, ante cuya fulminante e intolerable mirada no se creía inmune ninguna entidad mortal.
Cualesquiera criaturas que habitasen en verdad los niveles superiores, ninguna se atrevió a atacar a un hechicero tan potentemente armado, así que pudo pasar ileso. Pronto su vigilancia cedió, y comenzó a reflexionar sobre el objeto de su búsqueda. Ahora, se decía que el Abismo al que descendía era supuestamente la morada de Ubbo-Sathla, la divinidad primordial que fue la fuente de toda vida terrenal. Y allí, en el pozo de Ubbo-Sathla, reposaba la recompensa de su búsqueda: ciertas inconcebiblemente valiosas tablillas de piedra extraída de las estrellas, robadas a los Dioses Arquetípicos antes de que el tiempo comenzara, que habían sido grabadas por Ellos con los secretos más profundos del cosmos.
Aquel robo lo castigaron de manera horrible, pues ahora Ubbo-Sathla estaba despojado de toda inteligencia, reducido a una masa idiota y sin mente, que se revolcaba en el fango primordial, maldito y condenado a estar perpetuamente dando a luz a su prole.
II. El Oscuro Silente
Este conocimiento no era desconocido para Haon-Dor, y el sabio antehumano tenía razones para suponer que los Registros de los Arquetípicos (como se les llamaba) aún reposaban sin ser perturbados en el lecho fangoso donde Ubbo-Sathla engendraba eternamente los arquetipos retorcidos de la vida terrestre.
Ahora, debido a esta divina prolificidad, el camino seguido por el hechicero apenas podría llamarse deshabitado. De hecho, de la miríada de engendros generados por Ubbo-Sathla a lo largo de los incontables kalpas de Su cautiverio, más de uno de Sus temibles vástagos aún permanecían en proximidad familiar con su Progenitor.
El primero de tales que Haon-Dor encontró fue aquel al que el antiguo hierofante Yogmosh-Voth llama "el Oscuro Silente", Nyushathok, a quien los cuasi-humanos del primitivo Mu celebraban antaño con espantosos ritos mejor no descritos. Zylac el Archimago se refería a este ser como Zulchequon, pues bajo este último nombre fue adorado en la azulada K’n-yan mediante el tañido de ciertas pequeñas y terribles campanas.
Con cierta aprensión, Haon-Dor se acercó al lugar donde habitaba Zulchequon, a pesar de que había anticipado este encuentro, consciente de que K’n-yan era apenas una de las regiones menos dudosas que limitan con la multidimensional Y'qaa. Sin embargo, no pudo evitar enfrentarse con cierto temor a la inminente entrevista, pues más antiguo por eones incontables que incluso los Antiguos era el oscuro Zulchequon, el Portador de la Oscuridad, y su forma estaba envuelta en velos de oscuridades intangibles, impenetrables tanto para la luz como para la visión, y de esa forma de negrura emanaba un aliento de rigor súper-ártico.
Reuniendo su valor, Haon-Dor se acercó a la inmóvil forma de oscuridad y le habló así: "¡Señor de la Oscuridad! Permíteme pasar a la presencia de tu poderoso Progenitor, el No Engendrado, ¡te lo ruego!"
Estas palabras habiendo sido pronunciadas, mostró allí un sigilo de extraordinaria potencia conocido entre los magos antehumanos como la Llave de los Ancianos.
Si el nexo de sombras que envolvía a Zulchequon retrocedió ante el resplandor perforante que emanaba del sigilo, o si Zulchequon mismo eligió ceder a favor de su Progenitor el placer de devorar a este atrevido intruso, no puede saberse con certeza. Basta relatar que Zulchequon, sin más preámbulo, retiró silenciosamente su sombría presencia del camino de Haon-Dor, dejando su camino libre, para el inmenso alivio del hechicero.
III. La Caverna de los Arquetipos
Después de recorrer los caminos laberínticos y descendentes de la caverna por un período indeterminado, Haon-Dor finalmente se encontró entrando en un vasto espacio hueco de roca abovedada cuyas paredes pedregosas estaban manchadas con nichos marcados de tal manera que sugerían que habían sido roídos en la piedra por criaturas indescriptibles.
Cada uno de estos espacios así vaciados estaba ocupado, y la naturaleza del ocupante de los más cercanos pudo ser determinada por el hechicero debido al peculiar hedor que de ellos emanaba. Pero con solo una mirada a su forma áptera y semi-aviaria, confirmó su suposición de que se trataba de un pájaro shantak, una de esas monstruosidades malformadas que las Tablillas Voormish denominan los “Pescadores del Exterior”.
Sin embargo, no tardó en descubrir que la abominación no era un simple pájaro shantak, sino aquel que los Voormis llamaban Quumyagga. Pues con ese apelativo los prehumanos peludos solían referirse al mayor y más antiguo de los shantaks que servían a Golgoroth, y que supuestamente habitaban en los picos más inaccesibles que protegen la temida y temible Leng.
La hinchada masa de la monstruosidad emplumada y escamada permanecía inmóvil en su nicho, alzándose en la incierta y pálida luminosidad que invadía la caverna como un singular y repulsivo ídolo de obsidiana negra. Aunque la criatura de una sola pierna y pico ganchudo permanecía inmóvil, su único y horrible ojo ardía con un brillo verdoso en la penumbra, como una luna enferma a través de vapores pestilentes.
A pesar de que lo observaba con su maligno y amenazante ojo, Haon-Dor no tenía más opción que repetir a Quumyagga la misma petición con la que había conseguido un paso sin ser molestado por la guarida de Zulchequon. Y ante aquel terrible ojo mostró el sigilo que portaba.
Nuevamente, nada se interpuso en su camino, pues la repugnante forma aviar se retiró más profundamente en su nicho y cerró lentamente sobre él aquel ciclópeo y resplandeciente ojo, que por fortuna cubrió con su párpado. Respirando con mayor alivio, el hechicero avanzó más adentro en la caverna.
En el segundo nicho se agazapaba una cosa de costillas marcadas y hocico canino, de escamoso y leproso gris, cuya forma cubierta de moho hizo suponer a Haon-Dor que pertenecía a la raza de los gules. Y cuando la criatura volteó hacia él sus ojos gélidos de un rubor apagado y lo interpeló, inquiriendo el motivo de su intrusión en su guarida (hablando todo el tiempo con sílabas arrastradas y viscosas), quedó demostrada la exactitud de su suposición.
De hecho, la grotesca figura no era otra que Nug, el abuelo de todos los gules en el plano terrestre, ancestro y líder de aquella manada de abominaciones atroces que se consideran a sí mismas como los secuaces de Nyogtha. Muy temible de aspecto era Nug, Haon-Dor desconfiaba profundamente del hambriento brillo en sus ojos hoscos y febriles, pero, en respuesta al desafío de aquel gul, no pudo hacer más que reiterar nuevamente la fórmula con la cual había pasado ileso las guaridas de Zulchequon y Quumyagga.
Una vez más—por alguna razón que apenas se atrevía a conjeturar—la fórmula funcionó, y el demacrado y furtivo Devorador de Tumbas se deslizó a un lado, retirándose más profundamente en los nauseabundos recovecos de su guarida con una mirada astuta y burlona hacia atrás, y una espesa y ominosa carcajada, cuyo sonido no le agradó en absoluto al hechicero.
Ahora, por la presencia de Quumyagga y Nug en este lugar, el hechicero dedujo que no podía ser otro que la Caverna de los Arquetipos, esa región infernal muy cercana al pozo de fango donde residía Ubbo-Sathla. Aquí, en ciertos intervalos, habitan los más antiguos y primigenios de las diversas razas que sirven a los Primigenios en este plano. Y, de hecho, no tardó en distinguir más claramente las extrañas formas que se agazapaban, se enrollaban, se posaban o se acurrucaban dentro de los numerosos nichos roídos en las paredes de piedra pedernal. Entre ellos, reconoció a la obscenidad de Sss'haa, líder de los hombres serpiente que sirven al Padre Yig; a Yeb, el primero y principal de los impuros, los secuaces de Abhoth; y la forma de múltiples patas de Tch’tkaa, líder de los Tejedores Grises que asisten a Atlach-Nacha.
Ausentes de sus nichos (según fue informado por los tonos secos y ásperos, pero no descorteses, de Tch’tkaa) estaban Tsunth, el líder velado de los ocultos que sirven a Zulchequon, y los líderes de los miri migri y los oscuros, que son, respectivamente, los secuaces de Chaugnar-Faugn y Ghatanothoa.
Más allá del nicho ocupado por el Tejedor Gris, Haon-Dor vislumbró la inmensa y sin rostro figura de Yegg-ha, quien lidera a los night-gaunts al servicio del Caos Reptante y su terrible hijo, Yibb-Tstll. También vio a E-poh, jefe de los temidos Tcho-Tcho, con quienes el hechicero no deseaba conversar, pues en ninguno de los textos a su disposición había encontrado jamás algo referente a estos dos que permitiera al lector dormir tranquilamente por las noches.
Para entonces, a Haon-Dor le había ocurrido que había penetrado imprudentemente en regiones de sombrío y terrible peligro. Pues abominaciones como Quumyagga, Nug, Yegg-ha y los demás de sus hermanos eran de los Menores Primigenios, considerados solo ligeramente menos poderosos que sus Amos, y no menos temibles para alguien como Haon-Dor. Incluso los dioses oscuros del Abismo disfrutan de su privacidad, en la que los mortales solo pueden adentrarse con un riesgo atroz y portentoso. En efecto, si decidían desgarrarlo en pedazos, el sabio antehumano consideraba dudoso que tuviera la capacidad de defenderse, ni siquiera con la vara de Upas equipada con su ojo gorgónico, ni agitando la Llave de los Antiguos.
No le quedaba otro recurso que repetir la petición que hasta entonces le había permitido avanzar por las cavernas. Y, habiendo pronunciado en voz alta la fórmula, Haon-Dor sintió un gran alivio al notar que las entidades permanecían inmóviles en sus nichos y no hacían nada para impedir su apresurado paso por el resto de la caverna.
IV. El Guardián del Portal[]
De allí emergió finalmente al borde de un enorme abismo lleno de vapores burbujeantes, cruzado por un puente de hierro. Tras recorrer el estrecho camino y llegar a salvo al otro lado de ese insondable abismo, el hechicero se acercó al portal tenuemente luminoso de una cámara de piedra de la cual emanaba una pestilencia chocante. Y, estacionado a la entrada, como un centinela, contempló una anomalía que superaba en sus espantosos rasgos todo lo que ya había visto.
Era una vasta y horrible masa de gelatina translúcida y temblorosa que se arrastraba cubierta de ojos desnudos y relucientes, varios de los cuales, en ese mismo momento, lo miraban fijamente con una fría y amenazante mirada múltiple. Con un estremecimiento incontrolable de repulsión, reconoció de inmediato el horror gelatinoso como un shoggoth, una de esas criaturas del mito antiguo que atienden a Ubbo-Sathla en su guarida. Pues, aunque el No Engendrado no era el progenitor de su espantosa especie, los shoggoths consideran a esa deidad como su mentor y sirven como sus secuaces.
Y, recordando que había encontrado recientemente a los arquetipos de los shantaks, los descarnados de la noche, los miri nigri y muchas otras razas, Haon-Dor supuso que este shoggoth en particular no podía ser otro que el primero creado y el más temido de todos los de su especie, el mismísimo Ser de Limo, K’thugguol, al que las Tablas Voormish denominan "el Gran Shoggoth".
Estas abominaciones, que permanecían en las profundidades de Y'qaa, eran los últimos horrores sobrevivientes de su era. Haon-Dor sabía, por sus estudios, que habían sido la causa de la condena final de los Seres Polares, como se conocía a los antiguos carnívoros vegetales con cabezas estelares que antes habitaban cerca del polo sur y que se consideraban los primeros habitantes de este planeta. Habían sido los implacables, virtualmente indestructibles shoggoths los que llevaron a los Seres Polares a su fabulosa ruina, de la cual los fragmentos más antiguos de los Manuscritos Pnakóticos hablaban con aterradora claridad. Por lo tanto, tenía Haon-Dor buenas razones para temer por su vida ante esta monstruosidad gelatinosa, que resultaba ser el guardián de la entrada al pozo donde Ubbo-Sathla se revolcaba.
Sin embargo, y de manera inexplicable, K’thugguol también se apartó de su camino, antes incluso de que terminara de recitar su petición o tuviera tiempo de mostrar la Llave de los Antiguos. No obstante, la vasta y temblorosa masa de gelatina putrefacta, al deslizarse a un lado, dirigió al hechicero la fría e inescrutable mirada de varios órganos visuales, los cuales emergieron en ese momento de su masa líquida y ameboide para ese propósito. En esa mirada había un destello de burla helada y sardónica... ¿o acaso Haon-Dor lo imaginaba?
Así, el sabio antehumano se acercó a la meta última de su búsqueda, pues había penetrado en el adytum más secreto y profundo de la grisácea Y’qaa, y más allá de aquel portal luminoso yacía el mismo Pozo de los Shoggoths, la auténtica guarida de Ubbo-Sathla...
Pero cabe destacar que, con la única excepción de Zulchequon, un demonio de prodigioso poder y descendiente de la misma Shub-Niggurath, Haon-Dor había encontrado en su descenso al abismo solo a los Menores Primigenios, que no eran más que esclavos y servidores de Aquellos incalculablemente más peligrosos que ellos. Y este pensamiento cruzó la mente de Haon-Dor, mientras se detenía y vacilaba en el umbral del portal.
"¡Poco (pensó para sí mismo, con cierta vanidad) tiene que temer un taumaturgo de un poder como el mío, incluso de criaturas como Quumyagga, Nug o Yeb!"
Así corrían sus pensamientos, pero no los reconstruiremos aquí, pues la vanidad es un pecado que todos los hombres comparten, y el presente autor no es inmune a ello. Pero si, acaso, nuestro trepidante hechicero se hubiera encontrado con los Primigenios mismos, la historia bien podría haber tenido otro final, más rápido y menos placentero. Pues hay Aquellos del linaje de Ubbo-Sathla, y también de Azathoth, a quienes pocos seres conscientes de cualquier mundo pueden enfrentar sin perder la cordura... y ni siquiera Abhoth o Shub-Niggurath son los más temidos de Su clase.
V. La Revelación Última
Y así llegó el hechicero Haon-Dor a la morada de Ubbo-Sathla, y allí entró.
Ahora bien, Ubbo-Sathla es considerado el más antiguo de todos los seres vivos sobre este planeta, y según los Pergaminos de Pnom, está destinado a ser el último habitante vivo de la Tierra, pues Ubbo-Sathla es la fuente y el fin. Antes de la llegada de Tsathoggua o Yog-Sothoth o Cthulhu desde las estrellas, Ubbo-Sathla habitaba en los pantanos humeantes de la recién creada Tierra: una masa sin cabeza ni miembros, que engendraba las grises y amorfas larvas del origen y los arquetipos grotescos de la vida terrestre. Y aunque muchos de sus descendientes se unieron a los Hijos de Azathoth en la guerra que el Caos Idiota desató contra los Dioses Primigenios, Ubbo-Sathla no conoce ni de guerras ni de cambios, ni siquiera del tiempo mismo, siendo inmutable y eterno. Mora en los pozos de lodo de las profundidades de Y’qaa, y se dice que toda vida terrestre, al final, regresará a través del gran círculo del tiempo a Ubbo-Sathla.
Y cuando Haon-Dor dio un paso hacia el nadir más profundo de Y’qaa y contempló la masa sin cabeza ni miembros, reptante y en constante fisión, que era Ubbo-Sathla, vislumbró también aquellas enormes y glíficas tablillas de piedra adamantina e inmemorial que eran el premio de sus esfuerzos. Yacían esparcidas descuidadamente entre el lodo nauseabundo y retorcido, tal como los Dioses las habían dejado por alguna razón incognoscible e ininteligible para Él.
Haon-Dor había temido, en lo más profundo de su corazón, que cuando los Dioses Arquetípicos descendieron desde su dominio de Glyu-Vho para castigar el crimen de Ubbo-Sathla, los Registros Arquetípicos hubieran sido descartados como el juguete de un niño. E, incluso en su momento de triunfo, al hechicero le ocurrió preguntarse por qué.
En ese preciso momento, la masa retorcida que era Ubbo-Sathla se agitó y convulsionó en las convulsiones de su interminable y continua proliferación, y al hacerlo, una losa inclinada se elevó momentáneamente por encima del lodo maloliente, de modo que el glifo superior, profundamente grabado, pudo verse, aunque brevemente.
Y en ese destello fugaz, Haon-Dor vio y comprendió el significado del glifo, y la revelación intolerablemente blasfema, la última revelación chocante, cuando uno de los secretos titánicos del cosmos estalló en su frágil y mundana conciencia y quedó grabado profundamente en su, aunque prehumano, pero aún mortal, cerebro...
De vuelta, desde el borde de ese espantoso pozo de fecundidad siempre creciente y sin mente, retrocedió tambaleándose, gritando en el extremo del horror ante la impensable y repugnante implicación cósmica implícita en ese único fragmento de arcanos que había absorbido en un solo y fugaz vistazo.
Retrocedió, tambaleándose y cayendo, pisoteando sin cuidado las pequeñas y chirriantes vidas retorcidas que habían salido gimiendo del lodo de abajo... se lanzó hacia adelante, más allá de la enigmática mirada de los varios dioses menores que antes había enfrentado con mucho temor... y ascendió, ascendió a través de los numerosos niveles del mundo cavernario de Y’qaa, tambaleándose, con los ojos desorbitados, gritando con un horror increíble por lo que ahora sabía, mientras la sangre en su cerebro tambaleante se coagulaba virtualmente por el impacto de esa terrible e increíble comprensión cósmica... y, al fin, salió, salió de ese abismo temible, de la grisácea y tenebrosa Y’qaa, de la cual ni los antiguos hombres-serpiente ni los voormis peludos y prehumanos registraron jamás algo que fuera saludable.
Se dice que el hechicero prehumano se refugió en esos oscuros abismos cavernosos justo debajo de Voormithadreth y erigió allí una extraña Morada, evitando para siempre con un temor no expresado la luz del día, los cielos azules y risueños, el brillo inocente de las estrellas y el eterno oleaje del verde mar salado.
Pues Haon-Dor sabía, como ningún otro taumaturgo antes o después de él ha sabido o sabrá, la naturaleza de esa inmensa, horrible y, en última instancia, absurda broma de los dioses burlones que los mortales ocultamos detrás del término sin sentido "Realidad".
Allí, en su peculiar morada, rodeada de columnas y curiosamente conectada con ciertas regiones distantes de este mundo y de otros, debido a la contaminación de ese espantoso secreto que no puede olvidar ni por un instante, el hechicero Haon-Dor ha habitado desde antes de la llegada de los hombres, y, según parece, habita hasta el día de hoy. Lejos de las abominaciones que acechan en la sombría Y’qaa, en el nadir del mundo, reposa en comunión con seres algo más benignos y comprensivos que los habitantes de Y’qaa, como sus vecinos: el eremita Ezdagor, el arqueópterix Raphontis, el dios araña Atlach-Nacha y Tsathoggua.